"Unidos en Cristo para Evangelizar"
01 de Agosto de 2025
Conoce al Papa León X
 



Testigo del inicio de la gran ruptura de la Iglesia occidental, la rebelión de Lutero y el estallido de la Reforma

Papa León X (1513-1521)

Giovanni de Médicis tenía 38 años cuando fue elegido, durante un cónclave en el que obró la simonía (compra y venta de cargos eclesiásticos), debido a las medidas tomadas previamente por el papa Julio II (1503-1513). El nuevo Papa era hijo de Lorenzo el Magnífico (1449-1492); era elegante e inteligente, conocía mejor las artes que la teología y supo dar al Renacimiento su máximo brillo. Poetas cantaron su persona y sus gestas; grandes artistas inmortalizaron su figura. Fue un mecenas más que un Papa. Durante su pontificado, se levantó en Alemania la voz de Martín Lutero (1483-1546).
 

León X preparó un proyecto de reforma general de la Iglesia. A fines de 1513, después de intensas negociaciones diplomáticas, el rey de Francia, Luis XII (1462-1515), dio su adhesión a la medida.


El problema grave para la Iglesia era lo que Lutero planteaba y que daría a la palabra reforma un nuevo sentido. En efecto, desde los tiempos de la Edad Media, la reforma de la Iglesia preocupaba a los papas y a los santos. Muchas veces se habían tomado medidas, se habían reunido comisiones y se había discutido acerca de un cambio esencial dentro de la organización de la Iglesia. Pero las preocupaciones artísticas del Renacimiento —las construcciones, los frescos, las obras literarias que darían a Roma un brillo único en la historia cultural de Europa— inclinaron a los papas hacia otras prioridades.


A principios del siglo XVI, la palabra reforma significará la ruptura provocada por Lutero en el seno de la Iglesia occidental; ruptura que bien hubiera podido evitarse si los tiempos no hubieran cambiado: la escolástica no gozaba ya del prestigio de antes, el individualismo del hombre renacentista lo desvinculaba de la autoridad de la Iglesia y le permitía buscar la verdad por sus propias fuerzas, en contacto directo con la Sagrada Escritura. Mientras tanto, los absolutismos políticos transformarían los Estados en realidades cada vez más independientes frente al poder espiritual. La enseñanza de san Agustín sustituirá a Aristóteles, el maestro de santo Tomás de Aquino.

Sin embargo, la reforma protestante tiene también otros orígenes, de orden social e intelectual. El bajo clero y la nobleza de rango inferior estaban en franca rebeldía contra el alto clero y la alta nobleza. El bajo clero, que mantenía el contacto directo con el pueblo, no tenía sueldos fijos y, en general, vivía en la miseria. La nobleza de rango inferior, despojada de sus bienes y dispuesta a apoderarse de cualquier riqueza mal defendida, en medio de un país que vivía las consecuencias de la crisis económica provocada por el descubrimiento de América —que desplazaba hacia el Atlántico el tráfico y el comercio mediterráneos— fue, junto con los monjes y curas pobres, de los primeros aliados de Lutero.

En este ambiente, exasperado por los abusos de los banqueros alemanes y judíos, las ironías que Erasmo de Róterdam (1467-1536) lanzaba contra la Iglesia germinaban peligrosamente. Erasmo fue al principio aliado de Lutero, luego se transformó en su enemigo. Perteneció también, como Lutero, a la orden de los agustinos; pero —sin jamás romper con la Iglesia— no celebraba Misa y su vida no tenía nada de sacerdotal. El autor del Elogio de la locura luchaba por un retorno a las fuentes primitivas del cristianismo, pero llevaba la vida de un antiguo pagano, despreciaba la santidad y formaba, alrededor de sus ideas, aquella atmósfera explosiva que Lutero supo aprovechar para romper la unidad del mundo cristiano. Todo empezaría con una polémica intelectual, como siempre ha sido.

El gran fuego estalló alrededor de las indulgencias. El papa Julio II decidió construir la nueva basílica de San Pedro, y para conseguir las enormes cantidades de dinero que el templo requería, Julio II y sus sucesores, León X y Adriano VI (1522-1523), incrementaron la concesión de indulgencias. El escándalo provocado por el precio abusivo exigido por las indulgencias precipitó el desarrollo de la crisis teológica en el alma de Lutero, cuya reacción provocó la escisión de la cristiandad occidental.

Lutero fue quien desencadenó, con su empuje, todo un movimiento nacionalista con hondas repercusiones religiosas, cuyo fin era la separación espiritual entre el mundo germánico y el latino. El tema de las indulgencias tomó un nuevo aspecto en 1514, cuando León X, necesitando dinero para proseguir los trabajos en San Pedro, promulgó una nueva concesión de indulgencias.

Johann Tetzel (1465-1519), predicador dominico muy conocido en su tiempo, fue encargado por el arzobispo de Maguncia de la propaganda sobre las indulgencias. Lo grave fue que la mitad de las cantidades recaudadas estaban destinadas a pagar la deuda que el arzobispo tenía con el banco de los Fugger, los grandes banqueros de Augsburgo. El papa León X dio permiso para utilizar la mitad del dinero recaudado en ese sentido. En 1517, Lutero se enteró del asunto y entabló la lucha.

Había nacido Martín Lutero en 1483, en Eisleben; su padre era minero. Estudió en la Universidad de Erfurt, luego entró en la orden de los Agustinos y fue nombrado profesor de Filosofía en la Universidad de Wittenberg en 1508.

Lutero resumía en su persona lo mejor y lo peor de cuanto había de más típicamente germánico, y hasta un grado que ningún otro de su raza había logrado hasta entonces ni lo lograría en lo sucesivo.

Tierno de corazón y brutal, sensible, embotado, contradictorio, audaz y dogmático, arrogante, no demasiado informado en ninguna de las materias de las que se ocupó —excepto en la cuestión, siempre tan importante, de la naturaleza humana, de sus aspiraciones y especialmente de sus debilidades—, en aquel entonces los incontables escándalos en la vida eclesiástica solo necesitaban que alguien levantara su potente voz, coreada por el catolicismo germánico, para conmover a la Iglesia hasta sus cimientos.

Lutero, bajo la superficie de su ajetreada vida monástica, ocultaba insondables profundidades de ansiedad, fruto de la continua lucha por observar sus votos y de la dificultad de mantenerse fiel a ellos y amigo de Dios a la vez. Su vida religiosa era subjetiva, como la de toda su época. Su conocimiento de la teología era superficial en extremo, y estaba convencido de la imposibilidad de cualquier síntesis entre razón y fe.

Acudiendo a la Sagrada Escritura y a san Agustín, elaboró un sistema al margen de sus dificultades. Los pecados del hombre —así se lo aseguraba su iluminado descubrimiento— no son culpa del hombre. No constituyen una barrera entre Dios y el alma; se deben a la corrupción universal y esencial de la naturaleza humana, consecuencia del pecado de Adán. No solo no puede el hombre evitar el pecado: ni siquiera puede obrar bien aunque lo desee. Sus acciones tienen que ser pecaminosas, aunque él no tenga la culpa de que lo sean. De las penas que en justicia le corresponderían por ese cúmulo de maldades, el hombre es redimido por la gracia de Dios; y la condición para obtener esa gracia es la fe. Es decir, el hombre habrá de creer que Dios quiere salvarlo y habrá de poner su confianza en ello. Esta es la teoría llamada justificación por la sola fe.

Si esto fuera verdad, entonces toda la estructura tradicional del cristianismo sería una mera ficción vacía e inútil: la Misa, los sacramentos, el celibato, la jerarquía, el papado, las prácticas de penitencia, el ascetismo, el dominio de sí mismo, la oración. Todas estas cosas serían un estorbo, una farsa, un sistema de embustes, y, por tanto, habría que barrerlas y destruirlas por completo.

En 1517, Lutero reaccionó en contra de las indulgencias y expuso sus noventa y cinco tesis en la puerta del castillo de Wittenberg. Tetzel le contestó de inmediato, pero las tesis de Lutero se popularizaron y se expandieron por toda Alemania. Los descontentos, que pululaban en Alemania, listos a rebelarse contra la autoridad papal e imperial, se concentraron alrededor del nuevo predicador.

El Papa León X no se dio cuenta de la gravedad de la crisis. Un año más tarde, en 1518, el papa encargaba al vicario general de los Agustinos conseguir, por vía disciplinaria, la renuncia de Lutero a sus ataques y su sumisión a la doctrina tradicional. Lutero se negó a retractarse y no se dejó impresionar por ninguna amenaza. Dijo que se sometería al papa si este y la Iglesia estaban dispuestos a adoptar su doctrina. Todas las corrientes revolucionarias confluían hacia el hereje.

En julio de 1520, el papa había condenado parte de las tesis de Lutero en la bula Exsurge Domine, que Lutero quemó el 10 de diciembre del mismo año en la plaza de Wittenberg, rodeado por sus estudiantes y discípulos. Era la rebelión abierta. El 3 de enero de 1521, por la bula Decet Romanum Pontificem, Lutero fue excomulgado, junto con sus discípulos.

El nuevo emperador, Carlos V (1500-1558), convocó una Dieta en Worms el 27 de enero de 1521 y llamó a Lutero para que se explicara ante la asamblea. El viaje de Lutero de Wittenberg a Worms fue un verdadero triunfo. Ante el emperador, declaró que su doctrina le había sido revelada, y que el papa y los concilios estaban en el error. El emperador lo despidió y emitió un edicto que ordenaba desterrarlo, o arrestarlo si se negaba a abandonar los territorios imperiales. La medida no pudo efectuarse porque Lutero fue raptado por unos amigos el 4 de mayo y llevado al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, para protegerlo.

León X se alió con Carlos V en contra de los franceses presentes en Milán. España se transformó pronto en el apoyo más decidido de la fe católica en la lucha espiritual que seguiría. Ulrico Zuinglio (1484-1531), teólogo suizo, había empezado a predicar en Suiza. El 24 de noviembre de 1521, los suizos, aliados del emperador, vencieron a los franceses y Milán fue devuelto a los Sforza (familia noble italiana).

Entusiasmado por la victoria, el papa León X descuidó su salud, y una fiebre palúdica, unida a la septicemia, le ocasionó la muerte el 1 de diciembre, a los cuarenta y seis años de edad. Con él terminaba la época más gloriosa del Renacimiento romano.

Para la Iglesia, aquel esplendor artístico, vuelto hacia la antigüedad, fue un desastre, de gravísimas consecuencias para el catolicismo occidental. El pontificado de León X fue el más brillante y, quizás, el más peligroso en la historia de la Iglesia.


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