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Ha causado conmoción el accidente sufrido por ellos en un establecimiento educacional, donde resultaron 35 con quemaduras, 6 de ellos en estado crítico. Los hechos ocurrieron con ocasión de la preparación de bombas molotov, que obviamente serían utilizadas para causar desmanes.
No menos asombro causó la reacción de algunos apoderados que en una carta pública deslizan una justificación al actuar de los jóvenes, al señalar que “las manifestaciones extremas son múltiples y siempre habrá quien esté dispuesto a arriesgar su vida y su libertad por hacer ruido suficiente para ser escuchado. Ojalá todos tuviéramos a nuestros hijos cómodos, amados y resguardados. Pero hay jóvenes que traen rabia, pena y una enorme incertidumbre al futuro”.
La repetición de estos actos, que cuentan con patrones de conducta previamente definidos, y el apoyo que reciben de algunos adultos nos invitan a reflexionar desde una perspectiva cristiana. Como suele acontecer, el mensaje del cristianismo tiene respuesta para esto.
En la época de predicación de Jesucristo también existían grupos sectarios que habían optado por la violencia como forma de lucha, en ese tiempo contra la religión oficial y el dominio romano. Los más conocidos eran los zelotas, que llegaron a ejecutar hechos violentos que justificaban como celo de Dios. No es mera coincidencia que el nombre de zelotas provenga de tener un espíritu celoso.
Los zelotes estaban convencidos de la bondad de su causa y de los medios que utilizaban para ello, que incluía terrorismo urbano (como sería hoy lanzar molotov o quemar buses de transporte urbano).
Las escrituras revelan que uno de los Doce Apóstoles que eligió El Señor fue Simón el Zelote. No se relata cuando se produjo el encuentro ni tampoco más datos de su vida personal. Lo único que sabemos es que fue llamado a conformar ese grupo selecto elegidos directamente por Jesús.
La falta de datos biográficos no impide comprender lo que es verdaderamente relevante en la vida de Simón el Zelote. De militar en una secta que justificaba y utilizaba la violencia, pasó a ser uno de los pilares de la naciente Iglesia, llamada a cambiar a las personas y el mundo a través de la caridad.
De haber sido un sectario violentista Simón el Zelote ensanchó su corazón y se puso a cumplir con el encargo de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
En este fenómeno de aceptación y justificación de la violencia que se aprecia en nuestra sociedad, los adultos tenemos como desafío facilitar que los actuales zelotas descubran el camino de la conversión, que supone siempre el encuentro personal con Jesucristo, como le ocurrió en su vida al apóstol Simón.
Hay mucho por hacer para liberar a varios de la intoxicación espiritual que genera el odio y el resentimiento. Comencemos por rezar por la pronta recuperación física y espiritual de estos jóvenes y de sus familias.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude buscar nuestra conversión y la de tantos jóvenes que no conocen que Jesús es la única fuente de paz.
Autor: Crodegango