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Dentro de los rasgos de personalidad humana uno importante es la forma como vivimos la virtud de la paciencia.
El tema ha tenido interés desde siempre.
Dentro de la literatura cristiana de los primeros tiempos varios autores escribieron sobre la paciencia, como es el caso de Tertuliano, San Cipriano, San Agustín y Lactancio. Su propósito era dar criterios de actuación a los fieles para vivir esta virtud de la manera que reclama nuestra fe, en un mundo que era hostil al Evangelio. No debemos perder de vista que los cristianos soportaron persecuciones, y el martirio estaba a la vuelta de la esquina.
Aunque los filósofos griegos ya habían especulado sobre esta virtud, sus conclusiones quedaron en un plano humano. Esto lo hacía ver San Cipriano, obispo africano de Cartago, mártir en el s. III., cuando contrastaba la paciencia cristiana con la pagana señalando que: “nosotros, por nuestra parte, hermanos amadísimos, que somos filósofos no de palabras, sino de hechos, y hacemos profesión de filosofía verdadera, no sólo por el manto; que debemos ser virtuosos más que aparentarlo, que no profesamos grandezas, sino que las vivimos, practiquemos con sumisión de espíritu, como servidores ya doradores que somos de Dios, la paciencia que aprendimos de las lecciones divinas. Esta virtud nos es común con el mismo Dios. De Él trae el origen, y toma su dignidad y prestigio. De Él procede su grandeza. El hombre debe amar una cosa tan amada de Dios. El ser estimada por la majestad de Dios recomienda ya su bondad. Si Dios es nuestro Padre y Señor, imitemos la paciencia de nuestro Señor y nuestro Padre, porque los servidores deben ser obedientes y los hijos no pueden degenerar” San Cipriano, la Paciencia).
La paciencia cristiana es concebida como un fruto espiritual, que nos ayuda a vivir las tribulaciones, grandes o pequeñas, para mantener el ánimo en alto, todo ello con la gracia que recibimos de Dios. El cultivo de la paciencia se logra pidiendo a la gracia para poder ejecutar actos que eviten episodios de ira e impaciencia en todos los planos en que nos toca vivir.
Es un error muy común en el uso de lenguaje coloquial confundir la paciencia cristiana con el estoicismo, puesto que esto último sólo es la fortaleza o dominio sobre la propia sensibilidad. Los cristianos somos diferentes a los estoicos, de modo tal que no debemos confundirnos en esto. Nuestros actos de paciencia no es una manifestación de seres inertes o autocontrolados. Nuestros actos de paciencia son agradables a Dios, por todo lo ello involucra en el amor al prójimo y la aceptación de la Voluntad Divina en nuestras vidas.
Lo contrario de la paciencia es la impaciencia y se caracteriza por la práctica de comportamientos inadecuados, que nos lleva a resistir de mala forma la aflicciones y contradicciones que se presentan en nuestra vida. Es un acto de evidente infantilismo no saber esperar, cuando algo no sale bien (un taco de automóviles, la fila para pagar, la espera de un hospital, etc.). Cuando no se vive esta virtud nos convertimos en personas insensibles, de corazón duro, que maltratamos a los que se han puesto por delante de nuestros deseos. El ser impaciente es una de las tantas manifestaciones de inhumanidad que podemos ejecutar a diario. En cambio, el que es paciente, si lo hace por imitación de Jesucristo, está mejor dispuesto a acoger con benevolencia las dificultades, grandes o pequeñas, que la vida nos depara.
Si vivimos la paciencia tendremos ocasión de mejorar las relaciones con los demás.
Son muchos los ejemplos de personas que han vivido cristianamente esta virtud. Recordemos en esta ocasión al Padre Francisco Rencoret Mujica, joven sacerdote chileno que falleció a causa del cáncer. En una entrevista de TV, ya diagnosticado con la enfermedad, le preguntaron: ¿Qué pediría una persona cuando le aqueja una enfermedad grave? ¿Cómo enfrentaría esa situación? El P. Francisco señaló: “si Dios quiere (recibiré) la sanación, pero, lo más importante es la salvación”. “La sanación... Puede ser que me sane de este cáncer y que muera atropellado por una micro (autobús) en uno o dos años más. En cambio, la salvación es el proceso integral en donde Dios te recibe y te abraza para siempre” (El P. Rencoret falleció a los 35 años, la madrugada del 13 de agosto de 2016).
Pidamos a Santa María, que interceda por nosotros para tener la paciencia que nos permita vivir con la alegría propia de los cristianos que todo lo esperan en Dios.
Autor: Crodegango