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El Ministerio de Salud, a través de su División de Gestión de la Red Asistencial, ha entregado un dato conmovedor: por falta de redes de apoyo, muchos ancianos no pueden ser egresados de la red hospitalaria, especialmente en casos de dependencia moderada o severa. De los 1.155 casos totales en el país al 30 de junio, 821 correspondían a adultos mayores (70,85%).
Este hecho social revela algo que es una constante en los estudios de “conexión social” o “interacción social”: que muchas personas viven solas y no reciben el apoyo de familiares o amigos.
Lo paradojal es que, en la expectativa de vida —que mide cuántos años vive una persona en promedio desde su nacimiento hasta su muerte—, tenemos muy buenos índices. Según datos de organismos públicos como el Banco Mundial, Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, en 2023 la expectativa de vida global promedio fue de 70,8 años para los hombres y 76,0 años para las mujeres, con marcadas diferencias entre regiones. En el caso de Chile, los datos indican que la expectativa de vida promedio en 2023 fue de 81,36 años, siendo superior para las mujeres (83,58 años) que para los hombres (79,08 años). Esto posiciona al país por encima del promedio mundial y como el segundo en esperanza de vida en todo el continente americano, solo después de Canadá, con 83,18 años. O sea, podremos vivir más, pero en muchos casos, muy solos.
Pero no solo los ancianos están solos. Este mal lo padecen también los más jóvenes, que deben soportar estilos de vida y comportamientos sociales que solo generan soledad. Las causas de esta realidad son variadas, y van desde las pocas habilidades que tienen para hacer amigos hasta situaciones de profundo dolor que los hace ensimismarse y generar, en su apartamiento, un mecanismo de defensa. Hoy son muchos los jóvenes que no tienen primos ni tíos con los que socializar. Lo que antes hacía la familia hoy se intenta sortear con las redes sociales o el PlayStation. Detrás de esas conductas se esconde un fenómeno en pleno desarrollo: el de la soledad de la era digital.
Esta realidad se debe a una serie de cambios que han modificado la visión de la familia y su rol insustituible en la integración social.
La progresiva secularización de nuestra sociedad hace que la soledad sea más dolorosa para muchos, puesto que la pérdida del sentido de lo espiritual solo aumenta el problema, y son muchos los que están como ovejas sin pastor. La soledad sin un sentido de trascendencia es una experiencia muy dolorosa.
Esta realidad, para nosotros los cristianos, debe incentivar nuestra alma misionera, que sabemos hunde sus raíces en el mandato del Señor: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).
Son elocuentes sobre nuestro rol en este asunto tan cercano como es la soledad de los que nos rodean las palabras desafiantes de san Juan Crisóstomo sobre el rol de los cristianos, cuando señala:
“Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen; para que cumplamos nuestro deber de levadura; para que nos comportemos como los ángeles, como anunciadores entre los hombres; para que seamos adultos entre los menores, hombres espirituales entre los carnales, a fin de ganarlos; que seamos simiente y demos numerosos frutos. Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos” (Homilía sobre la 1ª Epístola a Timoteo, 10).
Pidamos a la Sagrada Familia que nos ayude a entender y fomentar la misión de los matrimonios cristianos, con particular atención en las vocaciones sacerdotales.