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El Instituto Nacional de Estadísticas ha informado datos demográficos que ratifican una tendencia preocupante: en Chile cada vez nacen menos niños. En el año 2022 fueron 190.131; en 2023 el número bajó a 174.879, y en 2024 solo 135.539. Esta última cifra corresponde a la mitad de los nacimientos registrados hace 30 años.
La comunidad científica viene alertando hace tiempo que nuestro país avanza a paso firme hacia el fenómeno de la “pirámide invertida”, donde habrá más adultos mayores que jóvenes.
La situación mencionada acarrea una serie de consecuencias que se dan en las sociedades en las que aumenta la tasa de envejecimiento de la población. Si no nacen niños, no es posible mantener el tamaño de la población existente. La soledad, como verdadera peste social, golpea a muchos ancianos en los países donde esta tendencia ya se ha consolidado.
Como todo hecho social, existen causas que pueden explicar esta realidad.
En el plano de las políticas públicas, esto obedece a una decisión tomada en 1967, cuando el Estado chileno lanzó su “Programa de Planificación Familiar y Paternidad Responsable”. Ese proyecto formaba parte de la estrategia de desarrollo económico de la época, en la que, para intentar disminuir la pobreza, se fomentaban los métodos de anticoncepción masivos. La misma idea sería perfeccionada luego, agregando a las prestaciones de salud los métodos de esterilización y más tarde el aborto (en tres causales). Respecto de este último, paradójicamente, se ha anunciado en el Día Mundial de la Mujer la intención de avanzar hacia uno libre y sin causales.
Lo anterior también tiene eco en los planes educacionales que, dependiendo de la ideología de los gobernantes, promueven con mayor o menor énfasis una mentalidad antinatalista a través de “orientaciones técnicas sobre educación en sexualidad”, que en muchos casos obedecen a directrices de organismos internacionales. Bajo el propósito de promover la salud y el bienestar de los jóvenes, terminan transmitiendo ideas contrarias a la dignidad de la persona humana, entre ellas la visión que se tenga de la natalidad.
La divulgación de esa visión ideológica termina instalando culturalmente una serie de ideas donde muchos estiman que tener hijos constituye una amenaza a “proyectos personales” o colectivos (“el planeta no será sostenible si nace más gente”). Es doloroso reconocerlo, pero la mayoría en Chile no estima que el aborto sea algo malo, sino que lo conciben como un derecho.
En esta materia, desde los primeros días del cristianismo vamos a contracorriente. Nuestra visión de la natalidad no tiene una carga negativa, pues entendemos que el sexo es un don dado por Dios, no un derecho que se pueda reclamar al Estado o que este pueda reglamentar mediante políticas públicas que apunten al exterminio humano. Para nosotros, cada hijo es un don de Dios, un ser único e irrepetible que nace porque está en el plan del Creador. Para los cristianos no existe la categoría de los “hijos no deseados”.
El problema demográfico que se examina había sido anticipado en la encíclica Humanae Vitae, publicada por el Papa Pablo VI el 25 de julio de 1968. Entre otros tópicos, allí se habla de las “graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad”, señalando:
“El camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como compañera, respetada y amada.
Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? (…)”.
La Iglesia solo cumple con su deber al enseñar los auténticos valores humanos, que como tales son cristianos.
Pidamos a Santa María que nos ayude a valorar, entender y fomentar la misión de los matrimonios cristianos.
Autor: Crodegango