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Ha comenzado el período de vacaciones para muchos jóvenes y aparece como tema la forma de ocupar el tiempo libre.
La dificultad que nos preocupa se vincula a un refrán que seguramente le oímos a nuestros padres o abuelos: “La ociosidad es la madre de todos los vicios”.
Con ese dicho, proveniente de la sabiduría popular, se advierte sobre los peligros de la falta de ocupación y la inactividad. Efectivamente, la ociosidad puede conducir a comportamientos negativos y poco saludables.
No hay duda de que la diversión y el descanso son necesarios, pero ello debe ser realizado de manera sana para el cuerpo y el alma.
Es un error común creer que durante las vacaciones se puede caer en una inactividad total. También es equivocado pensar que ese precioso tiempo solo es para trasnochar y levantarse tarde, dejando la mente en “modo flojera”.
Lamentablemente, el largo período estival transforma la vida de muchos jóvenes que sienten un “llamado de la selva” para lanzarse a diversiones frenéticas, a un modo “carrete”, como si ello fuera algo inevitable para sobrevivir.
Estas formas de comportamiento revelan una falta de reflexión sobre si efectivamente soy libre o me he convertido en un esclavo. Cuando se habla de esclavitud, muchos piensan en un fenómeno histórico, como el acontecido en el Imperio Romano o en el tráfico de personas por marinos portugueses. La verdad es que hoy existen otras formas de sometimiento.
En el caso del ocio mal entendido, se trata de la esclavitud de la mediocridad, que se caracteriza por haber caído prisionero de un actuar hedonista. Este cautivo solo se mueve por lo que le genera placer. No está para otra cosa que gozar de lo que le gusta, para nada más. La justificación de sus conductas se reduce a fórmulas como: “todos hacen lo mismo”; “no voy a renunciar a mis vacaciones”; “¿acaso no tengo derecho a divertirme?”.
Esta aniquilación de la libertad se ve acrecentada todavía más cuando se buscan estímulos en el alcohol y las drogas, que lo llevarán, tarde o temprano, a descontroles que en muchos casos pueden llegar a agresiones físicas, sexuales y psicológicas, cosechando amargos frutos que en muchos casos no se pueden revertir.
Por otro lado, las conductas ociosas insanas terminan por convertir a los hogares en un infierno, con duras recriminaciones entre los padres que se espetan por la permisividad y la falta de reglas en la diversión de los hijos. Lo anterior, obviamente, si tiene control de este joven, puesto que también existe la posibilidad de que se haya convertido en un vago, que nuestra lengua define con exactitud en lo que le acontece a varios durante la época estival, atendido que se trata de alguien errante, que carece de domicilio fijo y de medio regular de vida. O como un ambulante que va de un lugar a otro, sin asentarse en ninguno.
Los que estamos al lado de jóvenes tenemos que facilitar su retorno a una vida sana, acogiéndolos con caridad. Hay que empeñarse en proponer alternativas sanas para su diversión.
Los padres no tenemos que desesperarnos, y es mejor concebir a nuestros hogares como un hospital y no como un juzgado del crimen.
Pidamos a Nuestra Madre del Cielo que nos ayude a ser instrumentos para que nuestros jóvenes vivan siempre en la libertad digna de un hijo de Dios.
Autor: Crodegango